Aledaños a los santuarios, donde podemos ir a compartir un momento de tranquilidad con la mariposa monarca, se encuentran algunos pueblos que han sido acreedores a la denominación de Pueblo Mágico por la riqueza que concentran en cada una de sus manifestaciones socio-culturales, y ofrecen una oferta adicional y complementaria a los santuarios.

Riqueza y tragedia tejen la historia de los pueblos mineros. En la sierra de Michoacán, rica en minerales, Tlalpujahua y Angangueo llegaron a ser bulliciosas urbes durante los siglos XIX y XX. Hoy, estos Pueblos Mágicos conservan el recuerdo de las minas que fueron a la vez su sustento y su muerte.

Mineral de Angangueo es mágico, serrano y minero. Un pueblo enclavado en un valle, de grandes casonas de piedra y balcones floridos. En el siglo XIX el oro, la plata y el cobre son abundantes y se establecen las grandes fortunas como la familia Sotomayor, que construye el Templo de la Inmaculada Concepción. Su historia, magníficamente contada en un mural de Arturo Estrada, está marcada por la tragedia. En lo alto, el Monumento al Minero reconoce las vidas perdidas. En la quebrada, el Grupo México permite visitas a la mina San Hilario y el Castillo Catingón.

En el Pueblo Mágico de Tlalpujahua la minería está presente en los detalles. En las pequeñas capillas camino a las minas. En la Torre del Carmen, único recuerdo del santuario que quedó arrasado en 1937 con gran parte del pueblo en un accidente minero, la catástrofe de las lamas. La imagen de la virgen se trasladó al Templo de San Pedro y San Pablo, que a su vez fue construido con oro de las minas. Desde aquí, en lo alto del pueblo, fíjate en los tejados: en vez de teja verás lamas de metal y tapas de los bidones que se utilizaban en las minas. Para vivir la experiencia de adentrarte en la tierra, visita la Mina Dos Estrellas, convertida en un extraordinario museo.